Corrían los primeros meses de 1986 cuando funcionarios del Concejo Municipal de Honda, cansados de no recibir sus respetivos sueldos decidieron irse a huelga. Pero esta huelga era diferente, no era taponar vías, no era caminar por las calles, no era dejar de trabajar, esta huelga era de hambre, producida porque no recibían su remuneración luego de más de seis meses de trabajo.
Lo primero que hicieron fue encerrarse en el recinto y no permitir el ingreso de ningún miembro de la corporación, familiar o amigo, y mucho menos bocado de comida. Esta actitud no era usual para una ciudad que bien o mal siempre ha respirado la paz.
La prensa nacional, regional y local resaltó la noticia, y algunos corresponsales se desplazaron a la ciudad para tratar de sacarles algunas palabras a los funcionarios enclaustrados en el recinto del Concejo, pero muy poca información recibían, por lo cual dejaban de informar.
Como este acto era innovador decidí escribir sobre la situación, y fue así como envié al periódico El Espectador el minicuento Hambre.
Un día trate de hacer huelga de hambre,
pero también en casa hicieron.
Todos hicimos huelga de hambre.
La hicimos por el poco aliento que había,
Mejor dicho, porque no había que comer.
El minicuento fue publicado en la página dos del Magazín Dominical No 180, el 7 de septiembre de 1986, hace 25 años, y confieso que casi me gano una zumba por parte de mi taita, asoleado por un grupo de amigos, quienes se burlaban diciéndole que su hijo había escrito que “en la casa estaban aguantado hambre”. Quien escribe tenía fama en esa época de comer de más, y afortunadamente siempre hubo y habido un plato de más en la familia.
Lo triste es saber que hoy, 25 años después, no solo en Honda, el Tolima, sino en muchos lugares de nuestro país, a profesionales, obreros y empleados no les cancelan su sueldo a tiempo, o en el peor de los casos, uno a tres meses. Aquí en Honda, algunas trabajadoras de las famosas “cooperativas de trabajo” les deben más de seis meses de sueldo a varias enfermeras.
Dice un dicho popular “el que trabaja no come paja”, y si no les cancelan los sueldos a los trabajadores, pues no le fían, no le prestan, su dignidad se mengua, y no habrá que llevar a la casa para poner un plato sobre la mesa. Así que quien aguanta hambre no es solo la persona que labora, sino toda la familia, y eso fue lo que dejé plasmado en el minicuento de un hecho acaecido hace 25 años, pero que hoy es el plato de todos los días.
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